No cabe ninguna duda de que el miedo y el dolor han proporcionado a nuestra especie buenas prestaciones para nuestra supervivencia. El miedo porque nos ha permitido evitar peligros y el dolor porque cuando el daño ya era inevitable nos obliga a permanecer quietos, inmóviles y esperar mejores tiempos. Los individuos hipofóbicos y aquellos que son incapaces de sentir dolor suelen vivir mucho menos tiempo que cualquiera de sus congéneres, incluso conocemos una enfermedad rara que se llama “insensibilidad congénita al dolor” No conocemos -sin embargo una insensibilidad congénita al miedo- pero sabemos que existen individuos hipofóbicos que reciben distintos nombres según el contexto, valientes, temerarios, héroes e incluso psicópatas. Por contra, a los muy miedosos les llamamos cobardes pero la cobardía no es la única posibilidad de reconocer el miedo. En este post me propongo elaborar una nosotaxia del miedo atendiendo a su origen y terminar introduciendo al lector sobre un concepto que pretende servir de apoyo a las ideas que comencé a esbozar en el anterior post donde abordé las relaciones entre el vago, la defecación y el miedo.
Clases de miedo.- El miedo responde siempre a amenazas para nuestra vida o la integridad corporal o psíquica. Y cuando hablo de integridad psíquica estoy pensando en una multitud de temores que tienen que ver con nuestro estatuto gregario y la posible perdida del rol que nos suponemos, de manera que hablaré de Temores tipo I a los temores sociales.
I.-Temores sociales.- Los temores sociales proceden de la evaluación que uno cree que hacen los demás de nosotros y que pone en jaque nuestra identidad, nuestro auto-concepto y nuestro auto-respeto. Algunas personas hipersensibles son muy dependientes de esta evaluación por lo que restringen de modo especifico sus interacciones sociales de forma de no resultar lesionados. Las fobias sociales, el trastorno de personalidad por evitación y otras formas de timidez no clínicas están relacionadas con este temor que suele terminar o bien con la huida (del entorno concreto temido) o bien con la retirada (withdrawal) que es una forma de hablar del aislamiento o de la soledad. naturalmente se trata en estos casos de un aislamiento forzado, en el sentido de que existen otras personalidades que buscan activamente la soledad; los miedosos de los que hablo no son solitarios electivos, si bien pueden haber solapamientos difíciles de discriminar cuando la evitación es un modo de vida.
Para diferenciar a los primeros (evitativos) de los segundos (esquizoides o extravagantes) baste con averiguar el placer que se goza en la soledad o si bien esa soledad es una solución a la angustia social. En este sentido los temores sociales proceden siempre de una expectativa de devaluación por parte del propio individuo que precisa de señales de aceptación que pocas veces puede obtener de los extraños, lo que deriva en una vida muy restringida con familiares y personas muy allegadas, con pocos amigos y fuertes controles de los entornos en que se desenvuelven.
Mención aparte merecen los temores de exclusión social de tanto interés en los adolescentes, pertenecer a algo, ser miembro de un grupo o tribu es un deseo de filiación trascendental en determinadas épocas de nuestra vida, es por eso que la exclusión social viene adherida no solo a un miedo sino a un dolor tal y como comenté en este post. Nuestro cerebro computa como dolor cuando somos excluidos socialmente.
Dolor social y perdida son equivalentes.
Tal y como comenté en este post, lo averiado aquí sería el primer nivel de amenaza de ese sistema de neurocepción. Me refería en ese texto a como:
1.- Un estado dependiente de interacción social bien definido que promueve las interacciones sociales positivas, reduce la distancia y promueve la intimidad y seguridad entre las personas. Está relacionada con el bienestar, la estimulación visual y de señales en la cara y auditiva (la voz) son cruciales para este estado. La risa y los abrazos son comportamientos típicos de este nivel.
Lo interesante de los temores del hombre moderno es que estamos hablando de temores simbólicos y no de temores a objetos vivos, reales o presenciales. Todo parece indicar que nuestro sistema de detección de alarmas se encuentra en paro desde el paleolítico donde la amenaza constante de las fieras, venenos, enfermedades, daños físicos o catástrofes naturales mantenían nuestros sistema de percepción consciente bastante al día, nos iba la vida. Sin embargo en el hombre actual aun persisten algunos temores arcaicos en forma de fobias, es decir en forma de temores simples y objetales fosilizados sobre ciertos objetos.
Son los temores tipo II o arcaicos.
II. Se trata de temores con una raíz filogenética, tal y como describió Isaac Marks, persisten temores a animales que probablemente en tiempos ancestrales representaban una amenaza bien real. El temor a la oscuridad de los niños es un buen ejemplo de este tipo de temores. ¿Pero qué sentido tiene mantener una fobia a las serpientes, ratas, arañas y otros animales ponzoñosos en entornos donde estos animales prácticamente no existen?
Se trata de una fobia muy económica, si usted tiene miedo a las serpientes está usted de suerte pues la posibilidad de encontrar a una en su oficina es prácticamente nula. Si usted tiene miedo a los aviones siempre puede evitarlos y desplazarse en tren a menos de que su trabajo le obligue a hacerlo. Si es así no se preocupe, en la actualidad hay programas de realidad virtual que pueden ayudarle.
Evidentemente el miedo a los aviones no existía en el paleolítico, se trata de una neofobia, es decir el miedo que nos dan las cosas nuevas y que está emparentado con la alimentación, los niños -otra vez- suelen tener estos temores y se niegan a probar alimentos nuevos racionalizando su temor (o asco) con la idea de que “no les gusta”.
En este tipo de temores lo que se activa es una alarma muy primitiva de nuestro cerebro reptiliano y es muy probable que el miedo nos lleve hacia una reacción tempestuosa o agitada como esas que vemos en algunas personas con el descubrimiento de una rata o una cucaracha, un pánico ancestral que procede del mesencéfalo y que se manifiesta en lo que llamamos “susto” o en términos más fisiológicos “sobresalto”.
El susto.-
Se trata de una conducta incondicionada o no voluntaria que se produce cuando ante un estímulo brusco aparece una respuesta de contracción de la musculatura esquelética que favorece una conducta de escape.
Lo que más curiosidad despertó en los distintos estudios no era el estudio del reflejo en sí, sino, todo lo que hacía que se modulase o modificase. Porque aunque se trataba de un reflejo estaba sujeto a influencia de otros elementos.
Tenemos estudios sobre ranas, en concreto Yenkes (1905) pensaba que las ranas eran sordas hasta que las tocó, en estudios con humanos, Hilgard (1933) basándose en la respuesta de sobresalto de cerrar los ojos (mientras visualizaban películas de cine) describió que si el estímulo luminoso precedía en 25-50 msg al acústico, aumentaba el sobresalto (150%) pero si lo precedía en 100-300 msg lo inhibía (50%). En la misma línea de aumentar o inhibir respuestas de sobresalto, nos centramos en inhibición del reflejo de sobresalto, lo que llamamos inhibición prepulso (IPP).
Significa que la reacción de sobresalto se puede inhibir a través de una tecnología que conocemos como IPP que diferencia dos clases de sujetos: los que pueden inhibir a través del acostumbramiento esta reacción, de aquellos que no pueden inhibirla. Se ha visto que los pacientes mentales tienen dificultades para lograr esta inhibición con independencia de su diagnóstico.
La solución que da el tronco-mesencéfalo al miedo es particularmente primitiva pero necesaria para la supervivencia. El temblor, la taquicardia, la piloroerección y el palidecimiento (la retirada de sangre de la piel) son bien conocidas en todas las manifestaciones somáticas (en realidad marcadores somáticos) del miedo, también la defecación o diarrea o la emisión de orina espontánea son marcadores somáticos agudos del miedo o del pánico que es un miedo que desorganiza totalmente al cerebro.
III Miedos situacionales.-
La agorafobia es un ejemplo de miedo situacional y que se acompaña tal y como comenté anteriormente en una desorganización de la conducta bajo la predicción de un “ataque de pánico”. El trastorno de pánico precede casi siempre al desarrollo de la agorafobia, donde en cualquier caso el individuo teme quedar a merced del medio ambiente si yendo por la calle le sucediera, lo que él cree que es un ataque el corazón. En realidad el individuo teme a su desamparo imaginario y suele buscar siempre acompañantes que disipen ese miedo. Curiosamente este tipo de pacientes se protegen no sólo con acompañantes de confianza sino en el interior de un vehículo que sienten como una prolongación de si mismos.
El ataque agorafóbico es muy disfuncional y rebelde a los tratamientos aunque puede controlarse con psicoterapia y naturalmente con exposición: ningún miedo mejora sin exposición a lo temido.
Aquellos de ustedes que leyeron el post sobre el vago y la neurocepción ya saben a estas horas que los que se pone en marcha en este temor son las alarmas simpático-adrenales de tipo 2 que describí en aquel texto sobre el sistema de alarmas jerarquizado que conocemos cono sistema polivagal de Porges.
En el próximo post abordaré el ultimo cluster de los miedos tipo IV, siguiendo esta nosotaxia que comencé hoy y abordaré los miedos subumbrales que se caracterizan por no ser conscientes y que traducen perfectamente el sistema de neurocepción y sus relaciones con el dolor y la anticipación.