Los niños aprenden muy pronto a pronunciar ciertas palabras, en realidad fonemas repetidos como ma-ma, pa-pa y mas tarde abuelo o ya-ya. Saben quién es su madre, su padre, abuelos o hermanos pero no saben qué es una madre o un padre. Más tarde, ya hacia los 4-5 años comprenden que el abuelo es en realidad el padre de su madre o padre. Establecen así un concepto a partir de unas pocas palabras; el concepto de abuelo como padre del padre o de la madre, una conexión que procede del hecho de haber comenzado a hablar, a nombrar con palabras las cosas, los objetos o las personas, con pocas palabras construyen un concepto complejo (madre o padre, abuelo o hermano) y más tarde un metaconcepto: familia.
De manera que el concepto madre, es algo de un nivel de definición distinto a mamá. Mamá es una palabra, madre es un concepto.
Pero hay varias modalidades de familia, así hay familias donde no hay papá, otras donde no hay hermanos, otras donde el abuelo vive en casa y en otras donde el abuelo está tan lejos que apenas le conocen. Existen también familias de homosexuales donde hay dos padres del mismo sexo o madres del mismo sexo. Significa que el concepto de familia que cada niño lleva a cabo surge de la suya, es decir de los elementos que puede barajar con lo que tiene a mano. Más que eso, la idea que uno tiene de su familia se forjará poco a poco en la interacción con el resto de miembros, pero esa idea no es un concepto sino una elaboración secundaria, así mi padre dominaba a mi madre o viceversa es un subproducto de esa interacción pero no es un concepto.
El concepto usualmente es un elemento técnico, así hay elementos técnicos de la justicia, la ciencia, la ingeniería, la medicina, etc, cada disciplina tiene una jerga que le es propia. Las ideas sin embargo, pertenecen al campo de la filosofía, la política, la sociología o la antropología. Por ultimo las palabras pertenecen al lenguaje común y es con ellas con las que construimos o etiquetamos ideas-juicios y conceptos. Lo importante en este momento es comprender que cuando un concepto es arrancado de su nicho ecológico y trasladado a otro nivel surgen problemas muy serios a la hora de atrapar la realidad. En esto se basa la teoría de Gramsci y el neolenguaje: la idea fuerte es que cambiando las palabras se pueden cambiar las ideas y los conceptos.
Antonio Gramsci (1891-1937) fue en realidad el inventor del neolenguaje, de lo que se trata es de cambiar a través de las palabras el significado de una anterior aunque conservando algo de su esencia. No es lo mismo pensar en una madre que en una persona o parte de la pareja gestante. La madre es un concepto y la persona gestante es una etiqueta que pretende soslayar que la madre es siempre un mujer.
Una especie de traslación, de phoroi o de mudanza entre un significado viejo y su permuta por otro nuevo. Algo así como una metáfora, sin intención poética sino de perversión del lenguaje y del sentido de las palabras.
Recordemos el concepto gramsciano de “hegemonía”:
“Hegemonía es un conjunto de ideas dominantes presentes en la
sociedad, a las que la gente da un consentimiento
aparentemente natural.
La hegemonía manda, no por poder coercitivo económico o político,sino a través de un discurso, o a través de significados con el que logra un consenso libre y cómplice”.
O lo que es lo mismo si logramos cambiar el discurso y sus significados es posible cambiar el poder de manos. Necesitamos pues una nueva “hegemonía”, en el caso de Gramsci, el ascenso del proletariado al poder. Y para cambiar ese discurso hace falta agitación social, es decir repetir hasta el paroxismo esos nuevos significados a fin de socavar la linea de flotación del poder constituido.
Pero no sólo agitación sino modificar los frames, los marcos conceptuales de la gente, algo que hoy gracias al poder de los medios, la propaganda y el agit prop de las redes se encuentra a disposición de aquellos agentes que intervienen en un debate o pseudodebate.
Y lo mismo sucede con los diagnósticos médicos.
¿Dónde fue a parar la histeria?
Recientemente cayó en mi mano un articulo cuyo titulo me llamó mucho la atención: se titulaba «¿Es lo trans la nueva anorexia?«, en ella, el autor que es Lionel Shriver plantea la hipótesis de que la epidemia de casos de trans en jóvenes adolescentes está sustituyendo a la ya vieja anorexia que fue prevalente durante el final del siglo pasado. En realidad esta idea no me escandalizó en absoluto porque yo mismo he dicho en sucesivos foros que la anorexia es y equivale a la antigua histeria aunque es mucho más grave. Significa que las enfermedades mentales -algunas de ellas- evolucionan en un sentido bien distinto a lo que alude esta palabra: no evolucionan por selección natural sino por selección artificial, por eso siempre evolucionan a peor. Son los discursos sociales los que favorecen a través de incentivos perversos la transformación de sufrimientos inespecíficos en entidades patológicas (como la anorexia) o despatologizadas -es decir retiradas del consenso médico- como la disforia de género.
Lo importante es retener que los diagnósticos son conceptos técnicos en este caso psiquiátricos (médicos) pero cuando el concepto se desdobla en ideas y se politiza entramos en un nicho de sucesos muy enredados. Ya he dicho que del mundo de las ideas se ocupa la filosofía y sobre todo su hija la política y hay filosofías falsas y políticas destructivas. Y no cabe duda de que la política ha entrado a saco en el concepto de histeria desde que este diagnóstico se expulsó de las clasificaciones de enfermedades mentales internacionales tipo DSM. De manera que ya no se puede diagnosticar y al menos este concepto ha perdido la relevancia empírica que la constituía durante buena parte del siglo XX y el siglo anterior donde fue una enfermedad prevalente al menos en las clases sociales más favorecidas. Un curso similar a la anorexia, primero afectaba a las clases sociales más favorecidas y poco a poco fue desplazándose hacia abajo en las clases populares.
Y sucede por una razón: la histeria, la anorexia y la disforia de género se contagian. hay un contagio social, o como diría Girard un mimetismo social. hay enfermedades mentales que se contagian y otras que no lo hacen como la esquizofrenia, el TOC o el trastorno bipolar.
La teoría mimética de Girard explica gran parte de las violencias actuales y cómo no de las patologías individuales y sociales. Hasta ha escrito un libro sobre la anorexia mental como paradigma de la mimetización que nosotros los psiquiatras llamamos histeria, aunque e concepto es bastante similar a su planteamiento: ciertas patologías se contagian. Sucede con el suicidio, la violencia de genero y los trastornos alimentarios. También otros fenómenos son contagiosos si bien hasta el momento nadie que yo sepa había publicado una teoría para explicar esta manía de los humanos en plagiar conductas aberrantes que paradójicamente nos llevan a la autodestrucción. No es raro; cuando caemos en la cuenta de tal y como decía más arriba, la mimesis de algo del otro desatasca la caja de Pandora de la violencia y la agresión, es decir no mimetizamos al otro porque nos guste sino que nos gusta para hacer nuestro lo que el otro posee, y como ciertos bienes son incompartibles, no queda más remedio que competir con aquellos que en un principio fueron nuestras almas miméticas, nuestros pares, nuestro gemelo mimético. Es precisamente esta rivalidad la que hace emerger una violencia directa o al menos velada detrás de una enfermedad, un comportamiento, una elección o una causa cualquiera.
El feminismo terminó con la vieja histeria de las que solo quedan algunos recuerdos en los últimos DSMs y lo hizo a través de su influencia política en USA y en aquellos que se reúnen puntualmente para cartografiar las entidades psiquiátricas verdaderamente existentes. Estas autoridades trituraron el concepto de histeria que creían llevaba adosado un cierto tufo misógino según la ideología imperante, esta fue la razón por lo que la histeria como concepto desapareció y apareció fragmentada en otros lugares y es por eso que ha dejado de ser un diagnóstico y se ha convertido en una reclamación gremial de las mujeres, ha pasado de la clínica a las redes sociales y del diván al activismo.
¿Pero en qué consiste la histeria?
La histeria es un síndrome clínico abigarrado, difícil de definir pero enroscado en la femineidad. Se trata de una patología vinculada a la mujer y de ahí su nombre. Su existencia está bien documentada a lo largo de la historia y se ha acumulado mucha evidencia empírica de su existencia real y de los sufrimientos que genera. El lector de este blog podrá encontrar muchos tópicos relacionados con ella entrando con el buscador. Pero lo que ahora me interesa señalar es su sintomatología proteiforme: tiene connotaciones somáticas (somatizaciones o síndrome de Briquet), caracteriales (trastorno histriónico de la personalidad) y síntomas neurológicos (parálisis, paresias, convulsiones, etc). Otra cosa que sabemos es que la histeria se contagia, así se han descrito epidemias de síntomas histéricos, en internados, conventos y en la escuela.
Existe un consenso en que existen al menos dos causas relacionadas -entre sí-, de la histeria y la producción de síntomas no orgánicos en estas personas. la primera causa es la disconformidad con el hecho de ser mujer y lo que se le puede añadir el rencor hacia lo masculino, algo comprensible en las muchachas del siglo XIX donde existían verdaderas diferencias fácticas entre los roles atribuibles a una mujer en comparación con sus hermanos varones. No es que la histérica quiera ser un varón o tenga «envidia del pene», lo que quiere es ser igual que un varón, lo que constituye una contradicción pues «Si los varones son tan detestables porque parecerse a ellos?.
El lector deberá entender que el concepto «igualdad» que manejan las feministas no es ya un concepto biológico, ni médico, ni psicológico, sino político. Es decir ha sido pervertido al transformarlo en idea y mucho más cuando se usa como palabra-etiqueta. Y llega al paroxismo cuando los incentivos son públicos y están presentes en las leyes.
Es verdad que los hombres no suelen ser histéricos pues el concepto se desdobló en «machismo», «sociopatía», «narcisismo» o psicopatías. Y es verdad que los hombres no suelen ser histéricos porque en ellos el nombre mudó a psicópatas, otro concepto. Pero lo más interesante es que el sindrome de Briquet y la psicopatía responden a una misma configuración genética.
Los psicópatas son los histéricos masculinos
La histeria es la forma menor de la psicopatia.
Efectivamente, los psioópatas guardan un rencor incoercible hacia las mujeres sobre todo los abusadores sexuales y maltratadores, son verdaderos misóginos, como misándricas son ellas. De manera que hay volver a reivindicar a la histeria como concepto matriz desde donde derivan el resto de enfermedades del siglo XXI y sus perversiones filosóficas, de lo contrario no entenderemos nada. El núcleo de dónde procede este malestar femenino es fundacional, e irreversible, hombres y mujeres somos diferentes y hay que convivir con esta diferencia sea como sea que nos la representemos. Y en esta representación -la idea- está la trampa, la igualdad solo puede ser jurídica. Yo prefiero contemplar la desigualdad como concepto biológico y no como idea política o filosófica y lo más importante: no depende de las diferencias educativas sino que tal y cómo estamos viendo en la actualidad a más igualdad parece evidenciarse un mayor malestar por parte de algunas mujeres. La disconfomidad hacia el cuerpo, el sexo o las oportunidades no ha dejado de crecer en los últimos 20 años a pesar de los esfuerzos del feminismo por dotar de incentivos de toda clase al sexo femenino, incentivos que han dejado a los hombres sin función. Y a las mujeres sin recursos psicológicos.
Devolvamos al concepto lo que es del concepto, a las ideas lo que es opinable formalmente a través del pensamiento filosófico y dejemos de usar palabras descascarilladas que no remiten a nada real.