Los individuos comunes tenemos todas las locuras, pero los locos solo tienen una. (R. Musil)
La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad. (innerarity)
Esta semana santa he emprendido la lectura simultánea de dos libros, uno de ellos el de Robert Musil titulado «El hombre sin atributos» y otro, el de Daniel Innerarity acerca de la complejidad de la democracia y que preside este post.
El lector podrá preguntarse qué relación tienen ambas lecturas y no sabría qué responder, salvo que es costumbre mía empezar un libro y quizá por serendipia comenzar otro sin saber el porqué. Quizá debido a que necesito dos o más estímulos para recordar lo que leo o quizá por esa codicia del lector compulsivo que soy. Aunque la verdad es que creo que existen nexos comunes entre una lectura y otra: la novela de Musil es la historia —quizá autobiográfica— de un hombre que dedica su vida a averiguar qué quiere hacer en la vida y va transitando de una actividad a otra, dejando constancia de sus opiniones sobre casi todo. En realidad la novela es larga e inacabada y según dicen los expertos una de las mejores novelas del siglo XX, una obra de culto. Seria por eso que al leer el ensayo de Innerarity donde se cita expresamente a Musil (en la cita que preside este post) decidí saltar de una lectura a la otra.
De Innerarity ya hablé aqui en este post y me parece uno de los intelectuales españoles de mayor trascendencia en la actualidad. Se trata de un profesor de filosofía especializado en filosofía política que ha dedicado su vida al estudio de la complejidad en e campo de la política y es cierto porque la complejidad y los problemas endemoniados son temas que me interesan como psiquiatra.
En este ultimo libro Innerarty ensaya una serie de conclusiones ya pergueñadas en sus últimos libros, y a mi me interesa mucho conocer la teoría que anima estos conceptos que no son fáciles de entender ni mucho menos de aplicar, pero intentaré transmitir al lector algunas ideas sueltas de estas lecturas en tiempos de pasión y redención.
Para empezar acalararé el titulo de este post: ¿Qué significa inteligencia colectiva?
La inteligencia colectiva no es la sumatoria de las inteligencias de los que componen un grupo ni tampoco es el promedio. El IQ promedio de los españoles se sitúa en torno a los 100 puntos, lo que significa que somos mucho más tontos de lo que creemos y más que los chinos que rondan los 110 puntos y en general estamos bastante lejos tanto de oriente y de nuestro entorno europeo. En términos políticos significa que nuestro gobierno esta compuesto por personas mediocres, tan mediocres como nosotros pero lo que Innanerity sostiene es que no importa nada la calidad intelectual de los gobernantes (quizá si su catadura moral) porque una buena gobernanza es aquella que nos protege de unos malos gobernantes.
Lo que Innanerity quiere decir es que nos fijamos demasiado en la calidad intelectual de nuestros gobernantes y no caemos en la cuenta de que los grandes lideres, los gobernantes eficaces o los muy queridos y que cuentan con el apoyo por su carisma entre la población se han terminado, no tanto porque no puedan emerger (y esperemos que no emerjan) sino porque lo que importa es la gobernanza del estado, es decir que el estado funcione a pesar de las peripecias y las extravagancias de los gobernantes de turno.
Lo importante son las instituciones y no tanto las personas, a sabiendas de que nosotros los electores nos fijamos más en las personas que en las instituciones. La casa real, el banco de España, la Guardia civil, el ejercito, la policía, el CNI, el tribunal de cuentas, la CNMV, los parlamentos, el tribunal supremo o el tribunal constitucional siguen y seguirán funcionando al ralentí si es necesario o si son colonizados por politicastros de escaso sentido de estado.
Es precisamente porque nosotros, las personas ordinarias tenemos todas las locuras que es absolutamente necesario para la vida en común que tengamos cortapisas, reglas y leyes que vigilen la atávica y narcisista versión omnipotente de cualquier imaginación u ocurrencia. Podemos imaginar casi cualquier cosa, pensar que nuestros deseos aplicados a la realidad darian buenos resultados a poco que desaparecieran esos conservadores o fascistas que se interponen por causa de sus intereses al bien común.
Esa cortapisa se llama Constitución o carta magna.
Los gobernantes tienen la querencia de hacer lo que quieran y aunque lleguen a establecer leyes estúpidas y decisiones extremas que atentan contra una mayoría de la población, tienen enfrente al estado que vela porque nadie se salte las reglas las lineas rojas que marca el sentido común. Los gobernantes no saben que su margen de maniobra es muy escaso y que arreglar un problema supone desperezar otros que le iban colgando de manera oculta. Políticas erróneas cuando no aberrantes son la leyes de género, las políticas de inmigración, las políticas exteriores sobre todo las relativas a Marruecos, las leyes contra el narcotráfico, la ley de amnistía, las leyes contra la delincuencia y ¿contra? la ocupación por nombrar solo un paquete de leyes que huelen a ideología extrema o a factores desconocidos pero sospechosos. Lo importante es señalar que los que cruzan esa linea roja pronto o tarde se las verán con la justicia. Los gobernantes no pueden hacer lo que quieran, ni obedecer sin resistencia a los que otros, foráneos pretendan.
Es necesario decir que nadie sabe qué es el bien común, ni nadie puede saber las consecuencias de aplicar una determinada ley, no hay un banco de pruebas antes de comercializar una decisión política como sucede con los medicamentos. Ni siquiera los intereses son una guía para salvaguardarnos de una época de cisnes negros. Porque son muchos los que desconocen sus intereses y son muchos los que se confunden de voto al seguir sus intereses o lo que creen que son sus intereses. Y lo cierto es que:
El consumidor medio es más inteligente que el elector medio.
Y lo es porque el elector medio no vota siguiendo sus intereses o una buena gobernanza o una buena dirección estratégica, sino con las tripas. La mayor parte de los electores son ignorantes o bien hooligans. De manera que no hay demasiada distancia entre los que nos gobiernan y los que les votamos. Una de las ideas de Innerarity es que la dicotomía izquierda-derecha o gobierno-pueblo es una falacia que heredamos de la primera ilustración y ahí se ha quedado nuestro cerebro, con ese bucle fácil de comprender pero falso en el siglo XXI. El consumidor medio es mucho más hábil al elegir lo que quiere consumir porque mantiene con ese producto una relación casi familiar, sin embargo las relaciones que mantiene con al poder político es en todo caso de desconfianza.
Otra idea interesante es que hay que contar con los ignorantes o los hooligans, hoy ya sabemos que la ignorancia tiene algo de irreductible, no hay que empeñarse en combatirla.
Ese sentimiento de desconfianza es en parte comprensible porque los gobernantes parecen impunes a cualquier estupidez que decidan, pero también en parte porque los electores no saben que los gobiernos no están ahí para hacernos felices o para hacer lo que deseamos, —como si fuera posible generar un estado promedio de deseos— sino para ser eficaces y eficientes. Algo muy difícil de conseguir, digamos muy claramente que gobernar es una actividad muy ardua de llevar a cabo y mucho más si no se conocen las reglas de la complejidad que no son las reglas de causa-efecto con las que transitamos por el mundo.
Complejidad significa que la causa de las cosas está oculta entre las relaciones entre ellas, no es posible determinar la causa de algo sin conocer la interdependencia entre un efecto A y un efecto B. Conceptos como bifurcación, emergencia, dinámica, velocidad-aceleración, feed-back, condiciones iniciales, etc. Y sobre todo un cambio casi constante de las condiciones que imaginamos inmutables tal y como nos las presentó Newton y sus leyes gravitatorias.Lo cierto es que las ciencias sociales tienen mucho que aprender de la ciencias duras, experimentales, por ejemplo de la biología. Mientras que las ciencias han evolucionado hacia modelos complejos que aun no entendemos del todo, las ciencias sociales y sobre todo la política sigue anclada en un modelo lineal de dominantes-dominados, gobierno-oposición, populismo-tecnocracia, conservadurismo-liberalismo del que apenas podemos salir sin poner en marcha un nuevo paradigma de comprensión de lo público y de su gestión.
No hemos sido capaces de inventar una ideología que supere al liberalismo, al fascismo, al comunismo y al anarquismo. Y parece mentira que con lo que han avanzado las ciencias no hayamos sido capaces de inventar nada nuevo en política. Quizá porque a lo mejor no necesitamos una ideología política sino una no-ideología si esto es posible. Una especie de debate permanente sobre lo que no sabemos, lo desconocido y con herramientas descentralizadas.
Lo cierto es que las mejorías colectivas no las llevan a cabo ni los mediocres ni los genios sino una extraña mezcla de ambos. Hasta ahora esa mezcla privilegiaba las organizaciones piramidales, las jerarquías, recurrir al que más manda o más poder tiene en una organización cualquiera. El problema es que gobernar es mucho más complejo que mandar y controlar. Y no solo es más complicado sino que gobernar es algo que se hace desde las leyes de la complejidad misma mientras que controlar o mandar obedece a una lógica lineal: el que más poder tiene impone al que menos poder tiene lo que ha de hacer, incluso apelando a su bien. Un ejemplo de esta manera de pensar la realidad es por ejemplo la prohibición del tabaco. Los gobiernos nos imponen esa prohibición por nuestro bien.
Y lo cierto es que todas las coerciones —como la Constitución— nacen para ordenar las prohibiciones y las prescripciones. Y es verdad que ese invento se llevó a cabo para protegernos de nosotros mismos, pues los humanos sin coerciones derivamos hacia el caos, y el caos no es exactamente lo mismo que la complejidad.
Nuestras decisiones están mediadas por la irracionalidad, y hay que contar con ello.
Pero la mayor parte de los dilemas políticos o donde se precisan decisiones son problemas endiablados (wicked problems) que no se resuelven con un sólo enfoque.
Dentro de la mediocridad lo que resulta intolerable para el ciudadano común es la inoperancia mediocre de los políticos, a los que ya no se les acusa de autoritarismo sino de incapacidad y de ahí el descrédito en que se encuentra sumida la clase política por la distancia que el ciudadano percibe entre lo que habría que hacer y lo que se hace. Pero también es cierto que a los gobernantes lo que les gustaría es hacer lo que quieran sin oposición de los electores: un dilema sin solución más allá del totalitarismo.
La desesperanza de los ciudadanos no procede tanto del desinterés por lo publico sino por la sensación de que el escenario político no contempla todas las posibilidades y todos los remedios sino que se embriaga de su propia retórica y escenografías repetidas y aburridas.