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Patoplastia y etoplastia

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Los lectores de este blog ya estarán al tanto de la idea que las enfermedades mentales son patoplásticas, es decir siguen patrones culturales, geográficos, climáticos e incluso étnicos. Más que eso: cambian con el tiempo y las épocas históricas y presentan síntomas nuevos a la vez que desaparecen otros y no solo por la conceptualización que hagamos de ellos sino que desaparecen de verdad.

Ejemplo de ello es la esquizofrenia, una de las enfermedades más estudiadas en virtud de esos cambios: efectivamente las formas negativas de la esquizofrenia son hoy muy raras y predominan hoy las formas recortadas. Todo parece indicar que la esquizofrenia es hoy una enfermedad menos severa que hace 50 años y que los síntomas paranoides han venido a sustituir a los grandes síndromes deficitario- cognitivos o de la motilidad que hacían de la esquizofrenia una enfermedad indistinguible de las demencias.

Las enfermedades mentales cambian porque cambia la mentalidad de los ciudadanos y tambien las razones del sufrimiento mental.

Y a eso le llamo etoplasticidad.

Los griegos llamaban ethos y pathos a algunas formas de la retórica, pero ambos modos eran modos de lenguaje, uno el pathos el lenguaje ordinario y el otro el ethos el lenguaje de la persuasion, de la retórica y de las razones —por asi decir— serias. En este sentido etoplasticidad es lo que sucede en la forma de pensar de las personas comunes, ordinarias. Ethos seria algo asi como la norma.

Y es por eso que hablo de etoplasticidad, pues lo normal no es siempre lo mismo, ni es siempre igual. Nosotros hablamos en este caso de mentalidad, algo así como la configuración mental que tenemos la mayor parte de los individuos de una determinada época, cultura o momento histórico. Podemos llamarlo también «espíritu de nuestro tiempo» o bien los consensos de opinión que configuran nuestro sentido de la realidad y que contiene valoraciones de lo bueno y lo malo, lo útil y lo inutil, lo verdadero y lo falso. La mentalidad es la forma en que pensamos, no solo lo moral sino lo real y las formas imaginarias tolerables en ese discurrir.

Pocas veces nos paramos a pensar en la influencia que tienen los eventos sociales macroscópicos en nuestra mentalidad, las épocas cambian muchas cosas de nuestra mentalidad y es obvio que esa mentalidad cambiada sirve de centro y de base a patologías bien diversas y centrifugas que van extendiendo capas de distorsión a las patologías clásicas bien conocidas. Es mi intención en este post analizar como estos cambios sociales influyen en nuestra mentalidad a fin de que el lector pueda interesarse por otros cambios que considere pertinentes.

La mentalidad de mis abuelos.-

Para lo cual voy a hacer una comparación de la mentalidad moderna con la de mis abuelos que aun no hace tanto que desaparecieron (unos 30-40 años) y que nos puede servir como guía para pensar como cambiaron las mentalidades de aquellos que nacieron a principios del siglo XX con nuestros millenials actuales.

Vivíían con muy poco, una economía de subsistencia, plantaban su propia comida, tenían conejos y gallinas y no disponían de ningún lujo. Ni siquiera tuvieron agua corriente salvo después de la guerra civil, pasaron muchas calamidades, enfermedades, accidentes, heridas, caídas, fracturas, etc. Y en correspondencia tenían también una mentalidad propia de esa época:

«La mejor lotería es el ahorro y la economía», era el aforismo preferido de mi abuela.

La relación que tenían mis abuelos con el dinero es un elemento que parece pertinente analizar. Y no solo con el dinero sino con la propiedad de la tierra. En aquella época casi todo el mundo era pobre pero todo el mundo o casi todo el mundo tenia un pedazo de tierra (minifundio) donde cultivar sus alimentos más necesarios. La tierra —la propiedad privada— era algo sagrado, algo que no se toca, que no se vende, que se mantiene y se cuida, pues el sustento de toda la prole dependía de ella. Para mis abuelos vender una propiedad era una vergüenza, un tabú, empeñarse para comprar más tierra una obligación para eso estaba el dinero y los usureros.

El dinero no se tenia para lujos, viajes o caprichos, sino para que los hijos estudien, y para cuando venga mal dadas, es decir para afrontar enfermedades y la vejez. Entonces naturalmente no había pensiones y los viejos corrían a cargo de hijos e hijas hasta que morían. El Estado no había penetrado aun en la sociedad civil y estoy pensando en lo que viví personalmente en la época de la postguerra civil. La miseria era patente, las inversiones publicas ausentes, las escuelas para aprender cuatro reglas y el alfabeto y no era obligatoria la enseñanza. Los niños bien pronto acababan en el tajo, antes de llegar a los dieciseis, después venía el servicio militar.

Todo este panorama post bélico fue mejorando paulatinamente paro para mi la clave fue la introducción del estado de bienestar. Fue el estado de bienestar lo que lo cambió todo. hasta mis abuelos llegaron a cobrar una pensión paupérrima y que gracias a sus ahorros pudieron subsistir sin necesidad de acudir a sus hijos. Ahorros, esta es la palabra clave.

Pues el ahorro no es una simple acumulación de dinero «por si acaso» sino un signo civilizatorio, que permite invertir en la educación de los hijos y sobre todo en inventar un futuro mejor. Un futuro que se adivina complicado sin dinero.

El estado del bienestar ha provocado una inversión de todos estos valores: mis abuelos vivían de espaldas al Estado, se le pedía poco y apenas se tenia en cuenta salvo para respetar la ley y a las autoridades, pero hoy casi todo el mundo es dependiente del Estado y no se tiene apenas respeto por nadie pero esta dependencia tienen sus costes:

1.) La gente no cuida su salud precisamente porque a pesar de tener más información que nunca, están seguros de que el Estado saldrá al rescate con una cama bien atendida si lo necesitamos. Ha disminuido por tanto la percepción de amenazas y han aumentado las conductas de riesgo, un ejemplo de esto es la enorme cantidad de drogas que se consumen, drogas muy peligrosas para la salud que se emplean en entornos de ocio como prótesis divertidas.

2.) La gente no ahorra sino que lo gasta todo (lo que tiene y lo que no tiene) en viajes, diversiones, gimnasios, tratamientos de belleza, prótesis de mama, ropa, veterinarios de perros y sobre todo vacaciones a lugares exóticos, como si lo más lejano tuviera alguna ventaja sobre lo más próximo. El hedonismo de nuestra época ha venido a sustituir a la austeridad de la época de mis abuelos, algo que solo puede explicarse por una prospección optimista del futuro. Alguien nos sacará las castañas del fuego. A los 65 me espera una pensión, porque he contribuido a ello y tengo derecho. Los que así piensan no saben que la hucha de las pensiones no existe (como los expertos del COVID) y que todo es deuda, todo.

3.) La gente toma riesgos innecesarios a la hora de conducir, circular de noche, invertir en bolsa, abrir un negocio, hacerse un selfie en un acantilado o no toma las suficientes precauciones porque está convencida de que el Estado, su policía, los servicios de guardia, los puntos morados o los tribunales de justicia le socorrerán en cualquier caso. No hace falta tomar ninguna precaución, se une a un sentimiento de omnipotencia, un optimismo estúpido que ignora o minimiza los riesgos.

4.) Se habla mucho del problema demográfico en España pero casi nunca se relaciona este deficit de niños con el Estado del bienestar y cuando se trata de pensar sobre ello, las soluciones que se proponen es de más bienestar, conciliación familiar, cheques bebés y cosas así, sin caer en la cuenta de que estas soluciones no aumentarían el numero de niños porque no inciden sobre el imaginario de nuestros conciudadanos, que si no tienen hijos es porque rechazan las responsabilidades de ser padres. Es lógico, al fin y al cabo, ¿para qué complicarse la vida si el sexo es fácil y la responsabilidades cuestan esfuerzos? ¿Para qué esforzarse si el Estado velará por nosotros?

Algunos tardan muchos años en desengañarse de estas falsedades, pero ya es demasiado tarde y darse cuenta de que el matrimonio es aburrido pero una garantía de futuro, sin hijos no hay nietos ni familia y la familia es siempre mejor que el Estado impersonal del que dependemos.

Son algunos de los efectos secundarios del Wellfare.

Pero el lector puede pensar en otros.


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