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Enfermedades mentales contagiosas

Me divierte mucho ver un programa que dan por la «cuatro» y que se llama «First dates», se trata de un programa donde se dan citas a ciegas entre dos personas elegidas por el programa mismo con la intención de emparejarles mientras cenan. Lo interesante del programa es el dialogo que mantienen las parejas y la forma en cómo exploran sus afinidades y su atracción física. Y los comentarios fuera de foco que llevan a cabo sobre sus parejas.

El programa me interesa porque es una verdadera atalaya de por donde andan las preferencias de la gente, usualmente solitarios que buscan pareja con distintos objetivos y suerte.Y hay además otra cosa interesante para mi: la normalización de la locura, las locuras ordinarias, esas que no acaban en el manicomio o la cárcel, las locuras razonantes o cotidianas que se enroscan en ideas trasnochadas, expectativas irrealizables, dificultades para encajar, los distintos objetivos para hombres y mujeres y sobre todo la mimetización de un cierto estilo extravagante como forma de seducción, más claramente, me hace visualizar qué ha sucedido con la vieja histeria, y en qué otras estructuras del deseo se ha transformado esta manera de ser.

La histeria ya no existe y es precisamente por eso que es tan frecuente

No se trata de una paradoja: la histeria no existe —al menos no es reconocida— como patología, como enfermedad porque es la estructura de todas las enfermedades mentales contagiosas o si se prefiere, una atmósfera.

La atmósfera es un concepto filosófico que equivale pero no es exactamente el mismo concepto de «relación» o «vinculo». Se trata de un concepto, es decir de algo intangible que fue retomado por la psiquiatría fenomenológica de Tellenbach que concibe la atmósfera como una cualidad (aunque elusiva) de la intersubjetividad. Pero no se trata de una intersubjetividad solo de dos personas (sujeto y objeto) sino que teoriza la existencia de un tertium inter pares, es decir de una abstracción que sobrevuela entre las relaciones, como una nube de supuestos que encajan con la relación del Yo con el mundo- En una relación siempre hay tres.

La tonalidad afectiva de las atmósferas.

«Lo atmosférico designa de manera metafórica el clima, el ambiente, el entorno de la situación clínica.» Tellenbach

Schmitz la considera un conjunto de rasgos afectivos presentes independientemente de los sujetos que la experimentan . Griffero modera la postura de Schmitz al argumentar que las emociones representan una comunicación entre el exterior y el interior. En este enfoque, el énfasis no se pone en el individuo sino en la experiencia intersubjetiva e intercorporal.

Las personas no colorean siempre el mundo que las rodea con sus emociones, ni emanan o proyectan involuntariamente tonos emocionales hacia el entorno, sino que están pasivamente inmersas y a veces a merced de las influencias del mismo . Nos sentimos inmersos en su atmósfera, que acaba influyendo en nuestro estado emocional: por ejemplo, la arquitectura y la decoración de las iglesias góticas tienen la función de inducir en el sujeto un sentimiento de pequeñez frente a la grandeza de Dios. Y qué duda cabe de que ciertas atmósferas como el recogimiento de la oración en grupo o la algarabía de la fiesta por ejemplo generan sentimientos en los que se acogen a ellas.

La histeria posee una vulnerabilidad existencial cuyo rasgo central es la hipo-suficiencia del yo. Las personas histéricas luchan por definir su identidad, se perciben a sí mismas como indefinidas e inconsistentes y tienen un control débil de la experiencia en primera persona de sí mismas y de sus cuerpos. Las personas histéricas buscan la mirada de los demás y su poder de definición. Sentirse mirado por los demás tiene un efecto definidor. «Me ves, luego existo». El histrionismo es pues una estrategia de hacerse ver,

Pero para hacerse ver lo mejor es asegurarse de que van a mirar: la seducción de la persona histérica tiene como objetivo atraer la atención de los demás para obtener el reconocimiento de su identidad.

¿Dónde fue a parar la histeria?

Recientemente cayó en mi mano un articulo cuyo titulo me llamó mucho la atención: se titulaba «¿Es lo trans la nueva anorexia?«, en ella, el autor que es Lionel Shriver plantea la hipótesis de que la epidemia de casos de trans en jóvenes adolescentes está sustituyendo a la ya vieja anorexia que fue prevalente durante el final del siglo pasado. En realidad esta idea no me escandalizó en absoluto porque yo mismo he dicho en sucesivos foros que la anorexia es y equivale a la antigua histeria aunque es mucho más grave. Significa que las enfermedades mentales -algunas de ellas- evolucionan en un sentido bien distinto a lo que alude esta palabra: no evolucionan por selección natural sino por selección artificial, por eso siempre evolucionan a peor. Son los discursos sociales los que favorecen a través de incentivos perversos la transformación de sufrimientos inespecíficos en entidades patológicas (como la anorexia) o despatologizadas -es decir retiradas del consenso médico- como la disforia de género.

Lo importante es retener que los diagnósticos son conceptos técnicos en este caso psiquiátricos (médicos) pero cuando el concepto se desdobla en ideas y se politiza entramos en un nicho de sucesos muy enredados. Ya he dicho que del mundo de las ideas se ocupa la filosofía y sobre todo su hija la política y hay filosofías falsas y políticas destructivas. Y no cabe duda de que la política ha entrado a saco en el concepto de histeria desde que este diagnóstico se expulsó de las clasificaciones de enfermedades mentales internacionales tipo DSM. De manera que ya no se puede diagnosticar y al menos este concepto ha perdido la relevancia empírica que la constituía durante buena parte del siglo XX y el siglo anterior donde fue una enfermedad prevalente al menos en las clases sociales más favorecidas. Un curso similar a la anorexia, primero afectaba a las clases sociales más favorecidas y poco a poco fue desplazándose hacia abajo en las clases populares.

Y sucede por una razón: la histeria, la anorexia y la disforia de género se contagian. hay un contagio social, o como diría Girard un mimetismo social. hay enfermedades mentales que se contagian y otras que no lo hacen como la esquizofrenia, el TOC o el trastorno bipolar.

La teoría mimética de Girard explica gran parte de las violencias actuales y cómo no de las patologías individuales y sociales. Hasta ha escrito un libro sobre la anorexia mental como paradigma de la mimetización que nosotros los psiquiatras llamamos histeria, aunque e concepto es bastante similar a su planteamiento: ciertas patologías se contagian. Sucede con el suicidio, la violencia de genero y los trastornos alimentarios. También otros fenómenos son contagiosos si bien hasta el momento nadie que yo sepa había publicado una teoría para explicar esta manía de los humanos en plagiar conductas aberrantes que paradójicamente nos llevan a la autodestrucción. No es raro; cuando caemos en la cuenta de tal y como decía más arriba, la mimesis de algo del otro desatasca la caja de Pandora de la violencia y la agresión, es decir no mimetizamos al otro porque nos guste sino que nos gusta para hacer nuestro lo que el otro posee, y como ciertos bienes son incompartibles, no queda más remedio que competir con aquellos que en un principio fueron nuestras almas miméticas, nuestros pares, nuestro gemelo mimético. Es precisamente esta rivalidad la que hace emerger una violencia directa o al menos velada detrás de una enfermedad, un comportamiento, una elección o una causa cualquiera.

El feminismo terminó con la vieja histeria de las que solo quedan algunos recuerdos en los últimos DSMs y lo hizo a través de su influencia política en USA y en aquellos que se reúnen puntualmente para cartografiar las entidades psiquiátricas verdaderamente existentes. Estas autoridades trituraron el concepto de histeria que creían llevaba adosado un cierto tufo misógino según la ideología imperante, esta fue la razón por lo que la histeria como concepto desapareció y apareció fragmentada en otros lugares y es por eso que ha dejado de ser un diagnóstico y se ha convertido en una reclamación gremial de las mujeres, ha pasado de la clínica a las redes sociales y del diván al activismo.

¿Pero en qué consiste la histeria?

La histeria es un síndrome clínico abigarrado (no reconocido en los manuales tipo DSM), difícil de definir pero enroscado en la femineidad y en la mimesis y la imitación. Se trata de una patología vinculada a la mujer y de ahí su nombre. Su existencia está bien documentada a lo largo de la historia y se ha acumulado mucha evidencia empírica de su existencia real y de los sufrimientos que genera. El lector de este blog podrá encontrar muchos tópicos relacionados con ella entrando con el buscador. Pero lo que ahora me interesa señalar es su sintomatología proteiforme: tiene connotaciones somáticas (somatizaciones o síndrome de Briquet), caracteriales (trastorno histriónico de la personalidad) y síntomas neurológicos (parálisis, paresias, convulsiones, etc). Otra cosa que sabemos es que la histeria se contagia, así se han descrito epidemias de síntomas histéricos, en internados, conventos y en la escuela con nombres que ocultan su verdadera esencia como enfermedad psicogénica masiva.

La histeria ha recorrido muchos caminos semánticos para ocultar su relación con lo femenino y con la mimetización de síntomas.

Existe un consenso en que existen al menos dos causas relacionadas -entre sí-, de la histeria y la producción de síntomas no orgánicos en estas personas. la primera causa es la disconformidad con el hecho de ser mujer y lo que se le puede añadir el rencor hacia lo masculino, algo comprensible en las muchachas del siglo XIX donde existían verdaderas diferencias fácticas entre los roles atribuibles a una mujer en comparación con sus hermanos varones. No es que la histérica quiera ser un varón o tenga «envidia del pene», lo que quiere es ser igual que un varón, lo que constituye una doble contradicción pues no es posible ser igual a un varón si se es una mujer, por otra parte «Si los varones son tan detestables porque parecerse a ellos?.

Como puede notarse la palabra «igual» es una trampa tal y como la podemos representarnosla: cada uno de una manera.

El lector deberá entender que el concepto «igualdad» que manejan las feministas no es ya un concepto biológico, ni médico, ni psicológico, sino político. Es decir ha sido pervertido al transformarlo en idea y mucho más cuando se usa como palabra-etiqueta. Y llega al paroxismo cuando los incentivos son públicos y están presentes en las leyes.

El núcleo de dónde procede este malestar femenino es fundacional, e irreversible, hombres y mujeres somos diferentes y hay que convivir con esta diferencia sea como sea que nos la representemos. Y en esta representación —la idea— está la trampa, la igualdad solo puede ser jurídica. Yo prefiero contemplar la desigualdad como concepto biológico y no como idea política o filosófica y lo más importante: no depende de las diferencias educativas sino que tal y cómo estamos viendo en la actualidad a más igualdad parece evidenciarse un mayor malestar por parte de algunas mujeres. La disconfomidad hacia el cuerpo, el sexo o las oportunidades no ha dejado de crecer en los últimos 20 años a pesar de los esfuerzos del feminismo por dotar de incentivos de toda clase al sexo femenino, incentivos que han dejado a los hombres sin función. Y a las mujeres sin recursos psicológicos.

Devolvamos al concepto lo que es del concepto, a las ideas lo que es opinable formalmente a través del pensamiento filosófico y dejemos de usar palabras descascarilladas que no remiten a nada real.

IGUALDAD es una palabra descascarillada

Bibliografía.-

Atmosferas y espacio vivido

El deseo mimético según Girard


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