Los que leyeron el post anterior ya saben a estas horas a qué nos referimos cuando hablamos de “psicosis” ordinaria” o a “locuras normalizadas” en palabras de Jose Maria Alvarez, ya hablé de ello en este post.
Me propongo ahora dar algunas pinceladas sintomáticas que nos puedan servir de guía para reconocerlas en la consulta o en la vida cotidiana.
Para ello me apoyaré en dos descripciones, la primera la de Jacques Alain Miller su descriptor y su mayor defensor que en ““Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. nos ayuda a repensar este fenómeno; la segunda la de Gustavo Dessal. descontando que en cualquier caso se trata de signos sutiles y nada extraordinarios como en las psicosis clásicas donde los delirios, las alucinaciones o la xenopatía (fenómenos elementales) son signos mayores. Otros autores como Massimo Recalcati han sido más explícitos a la hora de emplear etiquetas diagnósticas consensuadas y extender esta idea más allá de lo lacaniano. Recalcati ha hablado de una clínica del vacío, un síntoma de amplias resonancias border-lines.
Para Miller existen tres externalidades sintomáticas:
“La primera sería una externalidad social, la pregunta es por la función de la identificación social que nos da un lugar, un sostén (una identificación profesional, por ejemplo). Miller precisa que “el más claro indicio se encuentra en la relación negativa que el sujeto tiene con su identificación social. Cuando hay que admitir que el sujeto es incapaz de conquistar su lugar al sol, asumir su función social. Cuando se observa un desamparo misterioso, una impotencia en la relación con esta función. Cuando el sujeto no se ajusta, no en el sentido de la rebelión histérica o de la manera autónoma del obsesivo, sino cuando existe una especie de foso que constituye de forma misteriosa una barrera invisible. Cuando se observa lo que yo llamo una desconexión, una desunión”iv. Este foso, esta barrera invisible, la constatamos con frecuencia en la clínica.
La dificultad con la identificación social puede ser un signo de psicosis ordinaria, pero también una identificación demasiado intensa a la posición social, a la profesión por ejemplo. En estos casos, la pérdida puede desencadenar la psicosis porque ese lugar social hacía las veces del Nombre-del-Padre que no hay.
La segunda externalidad que establece Miller es la externalidad corporal. Lacan afirma que “no somos un cuerpo, sino que tenemos un cuerpo”. Esto sitúa al cuerpo como Otro para el sujeto. Es algo que percibimos de modo claro en la histeria, donde “el cuerpo hace lo que quiere”. También, en el cuerpo masculino, una parte no siempre obedece. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las neurosis, Miller señala que “En la psicosis ordinaria hay que tener algo más, un desajuste. El desorden más íntimo es una brecha en la que el cuerpo se deshace y donde le sujeto es inducido a inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo, para “estrechar” su cuerpo contra el mismo. Para decirlo en términos de mecánica, necesita una abrazadera para aguantar con su cuerpo”v. En la histeria los fenómenos corporales están limitados por la castración y los límites que la neurosis impone, “[…] mientras que se siente el infinito en la falla presente en la relación del psicótico ordinario con su cuerpo”vi.
La tercera externalidad que sitúa Miller es la subjetiva. Cuando se trata de la dimensión del Otro subjetivo: “La mayoría de las veces esto lo encontramos en la experiencia del vacío, de la vacuidad, de lo vago, en el psicótico ordinario. Podemos encontrarlo en diferentes casos de neurosis, pero en la psicosis ordinaria se busca un indicio del vacío o de lo vago de una naturaleza no dialéctica. Existe una fijeza especial de este indicio. […] También debemos buscar la fijación de la identificación con el objeto a como desecho. La identificación no es simbólica, sino muy real, porque no utiliza la metáfora. […] Digo que es una identificación real ya que el sujeto va en la misma dirección a realizar el desecho en su persona”vii. Otra dimensión de la externalidad subjetiva es que, en las psicosis ordinarias, “las identificaciones se construyen con un batiburrillo”viii, no son identificaciones que tienen un centro sólido y claro.
Estas tres externalidades (aunque Miller apunta que cabría precisar una cuarta: la externalidad sexual), nos permiten un marco donde encuadrar las particularidades de la psicosis ordinaria. Los detalles clínicos remiten a un desorden central. A diferencia de los casos llamados borderline, no se plantea que se trate de sujetos que no son ni psicóticos ni neuróticos aunque sin embargo la clínica nos los recuerde. La psicosis ordinaria es una clínica de los pequeños indicios de la forclusión, es una clínica de la psicosis por lo tanto. Tampoco es reductible a la categoría de psicosis no desencadenada, que se sitúa en el horizonte temporal de un posible desencadenamiento, ya que “[…] algunas psicosis no llevan a un desencadenamiento: son psicosis, con un desorden en la juntura más íntima, que evolucionan sin hacer ruido, sin explosionar, pero con un agujero, una desviación o una desconexión que se perpetúa”.
Gustavo Dessal en una entrevista sobre “Continuidad y discontinuidad en las psicosis ordinarias”. asegura que:
“Existen diferentes fenómenos clínicos que deben ser tomados en cuenta para pensar un posible diagnóstico de psicosis ordinaria”.
Enumera los siguientes:
1.- Se trata de sujetos que suelen carecer de discurso en lo que se refiere a su historia. Se apoyan en un limitado ramillete de frases más o menos coaguladas en su significación para referirse a su pasado y a las circunstancias relevantes, pero en las que se destaca muchas veces con gran nitidez la ausencia de implicación subjetiva. […] es frecuente que se trate de personas cuya vida sexual es o bien inexistente, o que muestran signos a veces sutiles y otros más marcados de una relación lábil con la identidad sexual. Las dificultades en el lazo social suelen ser también manifiestas, aunque también nos encontramos con muchas excepciones en este plano, especialmente en aquellos sujetos que son exitosos en alguna actividad profesional, artística o comercial. Pero incluso en estos casos percibimos que con frecuencia el vínculo social está atravesado en distintos grados por signos de agresividad, desconfianza paranoide, o pasajes al acto generalmente discretos, pero que muestran puntos de forclusión inequívocos.
2.- Otro aspecto interesante, es el hecho de que muchos sujetos a los que consideramos psicóticos ordinarios suelen manifestar de forma espontánea una extraordinaria tendencia a recrear en su discurso una novela “edípica” poco filtrada por la censura” Y añade: “Las psicosis ordinarias, como cualquier otra entidad clínica, presentan muy distintas fenomenologías. Desde el exceso de normalidad, hasta la apariencia de una neurosis caracteropática grave. En cualquier caso, nunca falta el núcleo delirante, evidentemente encapsulado, apenas un atisbo de ideación que el paciente confiesa de forma subrepticia, o que mantiene a resguardo mediante circunloquios o elipsis del discurso. También podemos añadir que en ocasiones se aprecia una fijeza muy particular en la significación, son aquellos casos en los que el paciente es capaz de mantener un discurso fabricado a partir de sintagmas que ha ido seleccionando aquí y allá, que suplen su imposibilidad de metaforizar lo real, pero que le sirven como una forma de nominación. Lo advertimos en el uso constante de tópicos, refranes, frases hechas, giros retóricos, citas, incluso chistes, que conforman una suerte de “ideología” verbal que el paciente repite para encuadrar el vacío de la enunciación”xiv.
Encontramos, en la descripción de Gustavo Dessal, indicaciones claras para orientarnos en la fenomenología de las psicosis ordinarias. Me parece especialmente interesante la apreciación de cómo la referencia literal al complejo de Edipo suele ser un signo de su inexistencia ya que, en el neurótico, el Edipo se deduce, se lee entre líneas, pero no se enuncia como tal.
Igualmente, la dificultad incomprensible para realizar tareas o actividades, supuestamente al alcance de la capacidad del sujeto, y que con frecuencia desempeñaba con normalidad en el pasado, puede ser el signo de una ruptura psicótica no evidente. Sirva como ejemplo la imposibilidad absoluta, y no dialectizable, de acudir a clase de algunos adolescentes y jóvenes con un desempeño escolar previo normal.
3.- La relación al lenguaje también está alterada. A menudo hablan a partir de refranes, o lugares comunes, que recubren el vacío de una enunciación propia. También podemos observar, como ha señalado Eric Laurent, un “uso casi neológico de palabras comunes”xv.
Y termina:
“Es posible que la psicosis sea más frecuente de lo que pensamos. Considero que estamos hablando de una clínica que, al menos en su expresión formal, podemos reconocer todos, y cuyas manifestaciones no responden a la lógica de los síntomas neuróticos. En este punto, se impone una pregunta: ¿la psicosis es más frecuente en el momento actual de la civilización? Y si es así, ¿a qué podría deberse este incremento de casos que no podemos encuadrar en la neurosis, pero tampoco presentan los síntomas que definen clásicamente a los trastornos psicóticos, como son los delirios o las alucinaciones?”
En otras palabras el misterio que encierra la llamada Psicosis ordinaria no es tal, sus descriptores están hablando de lo que nosotros los psiquiatras entendemos como trastornos fronterizos o border-lines. La novedad que incluyen estos autores de base lacaniana es que estos trastornos -llamados de personalidad- son en realidad psicosis y no trastornos intermedios, ni neurosis ni psicosis. Psicosis adaptadas a nuestro tiempo, añado yo y fuertemente relacionadas con el espíritu de nuestro tiempo. No hay forclusión completa del padre sino solo indicios fragmentarios de tal forclusión provocados tal y como conté en el post anterior por el declive, el ocaso de la autoridad paterna:
Hemos pasado de un Saturno devorador de niños a un Homer Simpson bastante ineficiente.
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